
A todo esto, me encontraba escuchando música con audífonos, así que cuando noto que la madre que ahora se estaba sentando a mi costado, me dirige la palabra, primero asumí que eran cordiales palabras de agradeciemiento, pero luego escucho "¿cómo se atreve a empujar a una niña?" y veo su cara de indignación.
Ahora, ¿qué llevó a la madre a tener una alucinación de semejante calibre? Nunca lo sabremos. Si me hubiese dicho que "¿cómo no la ayudé?", que incluso era falso, sin embargo, podría ser entendible. Pero me acusó de empujarla, y lo siento, señora loca, pero sencillamente no hay forma. Todavía no ha llegado el día en que me dedique a empujar niños (sin contar a mis primitos, claro), y menos aún si tienen alguna discapacidad.
Mi reacción, que luego me sorprendió un poco, fue de indignación total. La combi estaba medio llena, por lo que me saqué los audífonos, y le dije con la voz bastante elevada para que todos me escuchasen (y así limpiar mi mancillado honor): "¿cómo se atreve a acusarme de algo así? ¿cómo voy a empujar a su hija? ¡es más, la he ayudado a que no se caiga!". La madre, necia, dijo un par de cosas más, resaltó el hecho de que la niña era discapacitada, pero cuando me puse los audífonos de nuevo y me voltié, se quedó callada, a lo mejor habiendo notado su error, pero sin disculparse.
La gente, indiferente, no se pronunció, y aunque hubiese sido normal, no voltearon de reojo a mirar al monstruo horrible agresor absurdo de pequeños inocentes. ¿Un día más en nuestra gran ciudad? Tal vez. No lo sé, en realidad. Ya, ¿y la moraleja? Creo que no hay, ¿o sí?